Al caer la noche, tras tomar la poción dorada…

Ha transcurrido ya un rato desde que bebiste aquella poción dorada. Mientras cierras los ojos, con el cansancio acumulado de un día muy intenso el sueño llega con una velocidad antinatural, envolviéndote en una oscuridad tibia y opresiva.

Pero la calma dura poco. Algo se agita en las profundidades de tu mente.

Te encuentras de pie en una ciudad desconocida, aunque algo en su atmósfera te resulta inquietantemente familiar. Las calles son estrechas, empedradas, y serpentean como venas entre edificios de arquitectura imposible. Las fachadas de las casas parecen derretirse hacia el suelo, mientras otras se elevan hacia el cielo en ángulos que desafían toda lógica. Una extraña luz, ni día ni noche, lo cubre todo: un fulgor enfermizo de tonos dorados y verdes que no parece provenir de ningún sol, sino de un cielo sin estrellas que parece observarte con ojos invisibles.

El aire tiene un peso extraño, como si estuvieras bajo el agua, y un eco perpetuo de murmullos incomprensibles resuena desde algún lugar que nunca puedes ubicar. A medida que avanzas por las calles sinuosas, sientes que la ciudad está viva, que sus sombras te miran, que el pavimento respira bajo tus pies.

Entonces, llegas a un edificio imponente, ciclópeo, con muros negros que parecen absorber la luz. Sus puertas están entreabiertas, invitándote o desafiándote a entrar. Cerca de la entrada, en una pared ennegrecida, ves un símbolo pintado con una sustancia viscosa y brillante: un tentáculo en espiral, como el de un kraken. Solo mirarlo te provoca un pánico visceral, una certeza de que estás observando algo prohibido.

El eco de los murmullos se intensifica, y debes decidir:


El miedo te paraliza por un instante, pero algo te empuja a acercarte. A cada paso, el símbolo parece hacerse más nítido, más… vivo. Las líneas del tentáculo se mueven, ondulando como si intentaran atraparte. Cuando estás lo suficientemente cerca como para tocarlo, la sustancia que lo cubre comienza a gotear, cayendo al suelo como un líquido que chisporrotea al contacto con la piedra. De repente, una voz que no es una voz suena en tu mente, un rugido que te llena de palabras incomprensibles. Tu visión se nubla y caes al suelo.

Despiertas de golpe, sudoroso, con el eco de ese rugido aún retumbando en tus oídos.


Cruzas las puertas con cautela, dejando atrás el símbolo. El interior está cubierto por una penumbra antinatural, aunque puedes distinguir enormes columnas que sostienen un techo tan alto que se pierde en las sombras. Las paredes están cubiertas de más símbolos, cada uno más perturbador que el anterior. Pero antes de que puedas observarlos demasiado, el suelo comienza a temblar y un sonido gutural resuena desde lo profundo del edificio. Un frío gélido te envuelve, y cuando miras hacia abajo, ves que tus pies están hundiéndose en el suelo, como si la piedra misma intentara devorarte.

De repente, despiertas, jadeando, con el frío aún en tu piel.


Te das la vuelta y echas a correr, intentando escapar de la visión del símbolo y de todo lo que esta ciudad representa. Pero las calles no son lo que parecen: los caminos cambian, las esquinas se alargan, y los edificios se mueven a tu paso. No importa cuánto corras, siempre terminas de vuelta frente al edificio y el símbolo. Con cada retorno, tu miedo crece hasta convertirse en desesperación. La última vez que llegas al lugar, las paredes de la ciudad comienzan a desmoronarse, como si el mundo entero estuviera colapsando.

Y entonces despiertas, con la sensación de estar atrapado aún dentro de esa ciudad que no puedes dejar atrás.