En el despacho privado, sobre la mesa, encuentras un boletín cuidadosamente plegado. La tinta fresca del día anterior todavía mancha levemente tus dedos cuando lo abres y lees las primeras líneas. En la portada, un titular capta tu atención de inmediato: «Denuncia de Robo en la Finca de los Azacayas». La noticia relata el escándalo alrededor de la desaparición de uno de los mayores tesoros de esta adinerada familia de tratantes de seda, conocidos en toda Granada por su riqueza y poder.
El artículo detalla que la pieza robada es un pañuelo excepcionalmente valioso, elaborado con seda de la más alta calidad, bordado en hilos de oro y adornado con pequeños diamantes. La nota asegura que el robo ha puesto en alerta a la familia Azacayas y sus guardias, pues este pañuelo, además de su valor material, tiene una importancia sentimental y simbólica para ellos.
Te preguntas quién podría haberse atrevido a robar semejante tesoro de tan poderosa familia. Dado el modus operandi del robo y lo bien vigilado que estaba tal tesoro, incluso te planteas que haya sido alguien de dentro de la propia familia.
Observas la fecha y el nombre del periodista, tratando de discernir si el boletín ofrece alguna pista sobre cómo y cuándo pudo haber sido robado el pañuelo. Nada te llama particularmente la atención excepto otras noticias en las que se alaba el inexplicable ascenso de la familia Azacayas como los mejores y mayores tratantes de la seda en tiempo récord. Se te ocurre que puede haber algún secreto detrás de tan rápido ascenso.