En los aposentos de El Lince, tus ojos se posan en un pequeño librito de aspecto humilde, encuadernado en cuero y con las esquinas gastadas. Lo hojeas con curiosidad, pues al abrirlo descubres líneas cuidadas y palabras llenas de una pasión que jamás hubieras esperado encontrar en un bandido. Poemas escritos por la propia mano de El Lince; una ventana inesperada a un alma atormentada y más compleja de lo que aparenta.
Al final del librito, encuentras un poema breve, como una confesión desesperada. Al leerlo, sientes el peso de un amor secreto y prohibido, como si esas palabras te hubieran atrapado en un instante de profunda vulnerabilidad. Dice así:
“Alba mía, como me duele el verte partir, pues yo en las sombras vivo, mientras tú, luz infinita, brillas donde jamás podré seguirte. Amar es llevarte siempre en el pecho, aunque en la fría distancia no te alcancen mis brazos. ¡Ay, si en la sierra volviese a verte! Perdería en tus ojos cuanto soy, y en ese abrazo me hallaría perdido.”
Coges con cuidado la página manuscrita y la guardas. Intuyes que podría ser útil.
Dejas todo como está y sales de la habitación, justo a tiempo para que no te pillen.