Patio del Altar

A los pies de la inmaculada Virgen, más brillante de lo que parece natural, te llama la atención un pequeño recipiente. Contiene un poco de agua cristalina que de inmediato reconoces: es agua bendita. Hay algo en su presencia que te da una certeza extraña, como si una verdad religiosa te fuera revelada sin palabras. Esa agua fue usada para limpiar y purificar la estatua.


Te inclinas hacia el pequeño recipiente y notas el leve olor a incienso mezclado con la humedad. Es agua sagrada, sin duda. El líquido parece haber impregnado a la Virgen con esa pureza inexplicable. Todo encaja en tu mente: la limpieza, la protección, la luz inmaculada. Esta agua bendita es la fuente de la purificación de la imagen. Mientras reflexionas, una idea se forma en tu mente. Si esta agua fue la que purificó a la Virgen, entonces algo opuesto podría mancillarla. ¿Y si alguien usara un agua pagana o ritualizada? ¿Podría revertirse el proceso y corromper la protección que esta imagen ofrece? La posibilidad te inquieta.


Apenas necesitas acercarte para comprenderlo. La delicada presencia del recipiente, tan perfectamente colocado a los pies de la Virgen, y el resplandor que emite la imagen, hacen evidente que esta agua bendita es lo que la ha transformado en algo más que un simple ídolo religioso. Mientras reflexionas, una idea se forma en tu mente. Si esta agua fue la que purificó a la Virgen, entonces algo opuesto podría mancillarla. ¿Y si alguien usara un agua pagana o ritualizada? ¿Podría revertirse el proceso y corromper la protección que esta imagen ofrece? La posibilidad te inquieta.