Te diriges al patio. El viento ulula con fuerza, azotando las carcomidas ventanas de la fachada principal.
La lluvia cae a cántaros, formando charcos que reflejan la tenue luz que emana del interior. El camino hacia el altar es corto, pero el ocasional destello de la tormenta lo convierte en una travesía incómoda. El suelo, resbaladizo por la lluvia, moja tus suelas. La silueta de un pozo en ruinas en medio del patio te llama la atención.
[IMAGEN DE POZO]
Tras atravesar el patio, te detienes ante la pequeña pero solemne imagen de la Virgen, que se encuentra en un pequeño altar de obra incrustado en la pared de cal, con sólo la escasa luz de un candil tintineante iluminando la escena.
Al acercarte, el hedor a podredumbre te golpea en la nariz. La luz parpadeante de la vela que adorna el altar proyecta sombras grotescas sobre el cuerpo inerte. El rostro del famoso bandolero, Juan de la Sierra «El Lince», está hinchado y desfigurado por la putrefacción. Sus ojos, vacíos y vidriosos, parecen clavarse en ti.
[IMAGEN DE CUERPO]
El pozo está en claro desuso. No hay soga ni cubo, y es tan profundo que no se distingue el fondo. Desde luego es peligroso tenerlo así, sin tapar.
El cuerpo está completamente rígido, producto sin duda del rigor mortis. Sin embargo, logras distinguir que aquello que lo mató no es el ahogamiento, ya que sus pulmones casi no contienen agua como cabría de esperar, sino una sangre densa. Tras una inspección más minuciosa, te das cuenta de que en su pecho mora un agujero de bala. No cabe duda de que «El Lince» murió de un disparo y no ahogado.
La imagen de la Virgen te mira con solemnidad mientras rezas